
Esta vez, espero sepan disculpar, empezaremos con una obviedad. Si andan de paso por estas líneas es porque son lectores, sin importar si están leyendo en papel, en una computadora o cualquier otra interfaz, como puede ser una hoja o cualquier pantalla. Es decir, los lectores (de nuevo otra de Perogrullo) no solo leen libros, ni únicamente en papel o exclusivamente signos que representan palabras. Y eso no es nada nuevo.
Leer —nos ha dicho el autor de Una historia de la lectura, Alberto Manguel— es en esencia un ejercicio de interpretación, enmarcado en una cultura y que se da a través de los sentidos.
Así, por ejemplo, se leen signos que representan lenguaje, ideas, cosas, pero también música, señales de tránsito, gestos que con o sin querer dicen algo, un rostro, alguna mirada, el ánimo ajeno en función de la postura de un cuerpo; leemos, además, imágenes, pinturas, vitrales de iglesias, esculturas, silencios y espacios en blanco (qué importante saber leer ausencias), diagramas y estadísticas, símbolos matemáticos, lenguajes de programación, el estado del clima a través de las nubes y el cielo, y así.