Fotografía: Shutterstock
Edición 457 - junio 2020
Para encontrar, dicen, hay que buscar. Pero lo cierto es que no todo el que busca encuentra. Los verdaderos tesoros son las aventuras, los métodos, los personajes y las locaciones que se recorren cuando uno busca un tesoro. ¿podremos decir algún día que estamos caminando sobre calles de oro?
Uno
Lo primero que necesita un buscador de tesoros es una sonda de acero. Una baqueta, o chuzo. Una especie de varilla delgada que, en un extremo, termina en punta, y en el otro, soldado, en un tubo más grueso que sirve para empuñarla. Con esta herramienta en forma de T descubre los “entierros” del pasado. Además, se requiere una linterna para la cabeza, una pala, un balde, una soga, guantes, mascarillas y zapatos cómodos (preferible, botas altas). Algunos buscadores llevan trago a sus excursiones para envalentonarse o ahuyentar a los malos espíritus.

•
A los buscadores de tesoros arqueológicos se los conoce como huaqueros porque abren huacas, que en kichwa quiere decir lugar u objeto sagrado. A ellos el adjetivo les parece despectivo. Lo dice un hombre que lleva casi quince años buscando vestigios de la historia prehispánica en el Ecuador y pide ocultar su nombre. Dice que su interés es “rescatar la historia”, pero de todas sus excursiones apenas guarda unas pocas cerámicas en su casa. El equipo que lo acompaña espera una recompensa en metálico y la norma es vender todo y repartirse las ganancias. A veces consiguen cinco dólares por una pieza y cuatrocientos por todo un lote. Usualmente la mitad de las piezas que sacan le corresponde al dueño del terreno. “Se le dice, qué es mejor, ¿el 50 % de algo o el 100 % de nada?”, dice el hombre que hasta antes de empolvarse las botas trabajó como ingeniero hidráulico.