Texto y fotografías: Tamara Izco.
Edición 459 – agosto 2020.

En 1933 grupos de simpatizantes hitlerianos quemaron en Viena cientos de libros del padre del psicoanálisis, convencidos de que aquellos textos debían desaparecer por su capacidad de “destrozar el alma con la importancia exagerada concedida a la vida sexual”. Así, lanzándolos al fuego fueron repitiendo al unísono que con ese acto estaban devolviendo “la nobleza al alma humana” a medida que el papel se achicharraba e iba transformándose en ceniza. Aquella, sin embargo, era una forma inútil de tratar de borrar las palabras de uno de los pensadores más importantes de nuestros tiempos: las ideas de Sigmund Freud para entonces habían penetrado profundamente la psicología occidental y ya era imposible desligar a este teórico de todas las corrientes modernas que se estaban desarrollando en este campo. Detractores y simpatizantes, todos por igual, eran conscientes del valor revolucionario de las elaboraciones de este médico neurólogo austriaco de origen judío.