Al retorno de su exilio en Moscú, Dolores Ibárruri, La Pasionaria, murió tres días después de la caída del Muro de Berlín.
La inscribieron como Isadora, pero nunca nadie la llamó así. Fue, para todos, Dolores. “Fue”, porque desde los veintidós años, cuando recurrió a un seudónimo para escribir un artículo en Mundo Obrero, una publicación socialista del Madrid turbulento de hace un siglo, ya para siempre sería conocida tan sólo como La Pasionaria. Y cada día del resto de su vida, hasta su muerte a los 94 años de edad, haría honor a su apelativo.
Había nacido en el País Vasco, en el extremo norte de España, en 1895, cuando en toda Europa ya retumbaban los tambores de la guerra que se veía llegar por la disputa indetenible por la cima del poder mundial en que estaban envueltos la Gran Bretaña y el Imperio Alemán. Hija de un minero que sostenía con estrecheces una familia de once hijos, Dolores se contagió pronto de los ardores revolucionarios que a comienzos del siglo XX mantenían agitado al proletariado europeo.