Por Diego Pérez Ordóñez
Hay ocasiones en que la literatura puede jugar a reemplazar la geografía. En esos momentos la pluma y los mecanismos de la ficción —el juego de espejos entre la realidad y la mentira, la verosimilitud o lo insólito de los personajes, el desarrollo y la tensión de la trama— inventan mundos desde cero, rediseñan ciudades íntegras o redescubren continentes olvidados desde tiempos remotos.
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