Por Rafael Lugo
Algunos siglos atrás, en Europa, la pena de muerte se administraba en formatos muy, pero muy crueles. Desde la perspectiva del ajusticiado, el ahorcamiento, que usualmente generaba una agonía horripilante, era el menos malo de los métodos.
“La rueda” consistía en quebrar todos los huesos de las extremidades del sujeto, golpeándolo con una barra de hierro. El verdugo debía evitar, con su buena puntería, causarle heridas de muerte. Después se dislocaban las articulaciones y finalmente se le ataba a una rueda con los tobillos a la altura de la cabeza. Ahí moría. La última ejecución con este estilo fue en 1841.