
La crisis griega evidenció que las grandes decisiones de Europa se toman en Berlín
El 9 de marzo, cuando Grecia recibió de sus socios europeos el segundo préstamo por 130.000 millones de euros, mucha gente sospechó que, más que para salvar a los griegos de la insolvencia (algo que, a estas alturas, parece imposible), esa inmensa cantidad de dinero en verdad estaba destinada a salvar al euro. Y al salvarse el euro se salvaba Alemania, pues la moneda única ha llegado a ser la columna vertebral de la Unión Europea, en la que —a nadie ya le caben dudas— el país que manda y decide es, precisamente, Alemania.
Y es que, según la lúcida descripción hecha por Henry Kissinger hace cuarenta años, Alemania es “demasiado grande para Europa y demasiado pequeña para el mundo”. Eso era antes de la reunificación alemana y del avance de la integración europea. Ahora, en el año 2012, con Europa convertida en un poderoso bloque político y económico, Alemania parece estar en una situación de poder e influencia similar a la que tuvo hace un siglo, en 1912, es decir dos años antes de que el imperio alemán fuera uno de los artífices de la primera guerra mundial. Pero la Alemania actual es muy distinta a la de hace un siglo.