
Dicen que el demonio vive donde está la soledad.
Soy una casa embrujada, la mansión del terror de Urdesa. Durante un tiempo me llamaron La Casa de Colores o con el extraño nombre de Inmundicipio, pero me gusta más cuando se refieren a mí como La Casa Fantasma. Soy un lugar levantado sobre el misterio y la imposibilidad. Y sí, estoy llena de demonios.
A semejanza de los seres humanos —después de todo somos creadas por ellos—, las casas también sentimos —o nos gusta sentir— que tenemos un destino. Cuando ese destino no se cumple, sufrimos. Una mezcla de tristeza y amargura se apodera de nosotras, se nos instala en los muros y crece como el moho. Soy una construcción destinada a ser habitada, pero nadie puede quedarse a vivir aquí. Pocos lo han intentado, y su estancia siempre es breve; distintas y violentas fuerzas los expulsan de mí. Los veo caminar por mis pasillos, escucho palabras, risas, algún grito, susurros desde el patio, música en la piscina… y de repente ya no están.