Cuando era niña uno de mis paseos favoritos era visitar el parque Seminario, más conocido como el parque de las iguanas. En el parque abundaban los vendedores de algodón de azúcar, mango y dulces.
Hasta ahora se pueden apreciar dos quioscos verdes, que originalmente fueron las primeras bibliotecas infantiles fundadas por Rosa Borja de Icaza, y que con el pasar de los años se transformaron en lugares donde vendían historietas y cosas varias que siempre le pedía a mi papá que comprara. Durante mi niñez, el parque siempre estuvo lleno de vendedores de algodón de azúcar, mango verde, grosellas y dulces, quienes sorteaban las iguanas durante sus constantes vueltas en búsqueda de clientes.
Ahora la pandemia lo mantiene cerrado. Las iguanas tienen una mirada lejana de los antiguos visitantes y no sé si extrañan o agradecen la paz de poder movilizarse por su parque sin interrupciones, acoso de fotos o videos para los recuerdos humanos, pero hay un grupo de personas que se mantiene permanentemente en las afueras del parque, los lustrabotas.
