
La muerte de su esposa fue un infierno. Llegó a Quito y se convirtió en el custodio de las fiestas. La farra es el paraíso que mantiene con vida a Justo Morán.
A medida que se abre la puerta Lanfor del Bungalow, aparece la figura de Justo. Delgado, pero dueño de una estructura corporal fibrosa, a sus cincuenta años tiene más vitalidad que cualquiera de los jóvenes que busca una noche de farra en Quito. Sus ojos son dos hoyuelos de escopeta, que dejan de apuntar una vez que asoman sus dientes blancos al sonreír.
Cruza los brazos de manera imponente, como los guardaespaldas de las películas de acción. Está rapado la cabeza y afeitado al ras las mejillas, lo que acrecienta su firme mentón. Si lo encuentras en la calle, sabes que es de esos tipos con los cuales no puedes meterte. Pero si lo encuentras en la puerta de la disco, descubres que es el pasaporte para una fiesta.