
Mide un metro cincuenta. No deja que otra persona la maquille. Tiene 70 años y empezó a escribir novelas a los 40. Sus obras se agotan en los supermercados. Sobrelleva la mala crítica (Bolaño la llamó “escribidora”) como sobrelleva el éxito. El mundo es su escenario.
Por Gabriela Wiener
La tarde del 24 de septiembre de 2012 moría Isabel Allende y esas señoras que sienten como si la conocieran de toda la vida, como si cada línea suya hubiera sido escrita pensando en ellas, encendieron velas aromáticas y rodearon de piedras energéticas sus ejemplares de Eva Luna. Miles de personas lamentaron públicamente la noticia en Internet. Y el mundo de las letras se prepararía para rendirle su hipotético (y condescendiente) homenaje: “Era dueña de una vocación inquebrantable que la llevó a vender millones de libros”. O “más que una escritora, fue un fenómeno cultural”. Pero Allende solo había muerto en Twitter y fue allí donde revivió unos minutos después: “Estoy muerta, pero de risa”, escribió en su cuenta.