Desde tiempos ancestrales, el ser humano busca reconocer y dominar su entorno; para eso, ha creado señales, dibujos, marcas de camino. De ahí que los mapas no solo representan el mundo, sino también cuentan historias sobre poder, desarrollo cultural y expansión del conocimiento.
A principios del siglo XX, el poeta César Vallejo escribió sobre la alegría de perderse en la naturaleza: “Qué amable es perderse por falta de caminos (…) Cuánto tiempo he pasado en París sin riesgo de perderme (…) La ciudad es así, no es posible la pérdida”. Vallejo se quejaba de que las calles citadinas estaban llenas de flechas y señales que no le permitían equivocar el rumbo. En sus palabras se revela la nostalgia del hombre moderno que anhela descubrir nuevos horizontes, pero que vive en un mundo en el que todos, o casi todos, los territorios han sido explorados, descritos y representados en un mapa.
Mapas cantados

En la Antigüedad, no todas las personas entendían los códigos utilizados en un mapa. Como la información era muy valiosa, había que transmitirla también verbalmente. El viajero que las recibía tenía que memorizarla, y una forma de memorizar la ruta era a través de versos fácilmente recordables.