Esta es la historia del teledirigible que marcó el final de una era para la aeronáutica. Fue una tragedia con 26 muertos y un nombre: Hindenburg.

Había sido un viaje formidable, de paisajes deslumbrantes, comodidad insuperable y con todos los lujos, en el que treinta y seis pasajeros, excepto uno, habían disfrutado a plenitud el cruce del Atlántico durante los tres días que había durado, desde el instante mismo de despegue, en Frankfurt, el 3 de mayo. Excepto uno de los pasajeros, en efecto, porque el capitán Ernst Lehmann no estaba haciendo una travesía de placer, sino cumpliendo una misión militar, encargada en persona y en secreto por Hermann Göring, el comandante de la aviación del régimen nacionalsocialista alemán.
Por entonces, 1937, la ‘Deutsche Zeppelin Reederei’ era la principal compañía de dirigibles del mundo, una de cuyas naves, el ‘Graf Zeppelin’, no sólo había sido la mayor máquina aérea de su tiempo, sino que se había convertido en una celebridad, cuyas fotografías volando sobre ciudades luminosas, mares turbulentos, desiertos agobiantes, selvas espesas y hielos eternos eran publicadas con admiración en diarios y revistas. Pero dos meses antes, en marzo, el ‘Graf Zeppelin’ había sido superado por un dirigible aún más grande, poderoso y suntuoso, el ‘Hindenburg’, a bordo del cual viajaba Lehmann.