Por Bolívar Lucio.
Edición 421 / Junio 2017.
“Cuando el poder del amor sobrepase al amor del poder, el mundo conocerá la paz”.
Jimi Hendrix
I

La historia de Jimi Hendrix en Londres tenía que comenzar con un desafío a Eric Clapton. Son estilos, historias e intensidades diferentes; pero, incluso en el territorio común del blues, Clapton es un instrumentista virtuoso, mientras Hendrix es el espíritu que devora la técnica. Junto al bajista Jack Bruce y el batería Ginger Baker habían formado Cream, una difícil marca de superar; sin embargo, el mismo Bruce hablaría después de “la diferencia entre un maestro de la guitarra y una fuerza de la naturaleza”. Los testigos del primer encuentro entre estas dos leyendas cuentan que Hendrix improvisó una versión acelerada de Killing Floor de Howlin’ Wolf. Clapton estaba descompuesto al final del jam, le costaba encender un cigarrillo y no creía que alguien pudiera ser tan buen guitarrista.
¿Quién era este Hendrix? Lo que se sabía era poco y, de alguna manera, extraño. Chas Chandler, exbajista en The Animals, lo había traído del Greenwich Village y tan seguro estuvo del hallazgo que lo probó en los círculos más exigentes. No se equivocó, porque Hendrix no dejó piedra sin remover en el Olimpo del mejor rock de la historia. El torrente de su fama es tanto más extraño cuanto, antes de su llegada a Londres, había lidiado cotidianamente con la pobreza y con un anonimato casi impuesto. Había nacido en Seattle y tocado en cada R&B joint desde Texas a Florida, en el Sur Profundo, o sea negro y segregado, madurando un estilo que cambiaría para siempre la cara del rock. Tanto más extraño porque, cuando fue lo suficientemente bueno y tocaba con los Isley Brothers, Ike y Tina Turner y Little Richard, aún no conseguía despegar su carrera. Hizo falta que desembarcara en Inglaterra para que solo dos semanas después, el primer día de octubre de 1966, apareciera en el Polytechnic de Regent Street para dejar en ridículo a Cream, y seguir en carrera, llevándose todo lo que tenía en frente, incluso a sí mismo, hasta que lo detuvo la muerte.
II
Jimi Hendrix practicó guitarra todos los días de 1963, en todo momento y lugar, se dormía con la guitarra en el pecho y era lo primero que tomaba al despertarse. Se la colgaba al salir de casa y lo echaron de un cine porque siguió practicando durante la película. Vendrían los conciertos y tours como sideman; no consiguió ganarse la vida, pero desentrañó la matriz del blues; no escuchando la radio ni discos, sino in situ, uno a uno, con los músicos que grababan los discos. Ser parte de la banda de alguien más nunca le pareció demasiado entretenido, además que, en cuanto descubrió la manera de fusionar blues y rock y hacerlo a toda velocidad y a todo volumen, no era inusual que le costara el empleo. Era demasiado ruidoso; además, había pescado de otros guitarristas el histrionismo de tocar con los dientes, con la guitarra en la nuca o entre las piernas. Fue a Harlem, en Nueva York, y descubrió que la comunidad negra no se entusiasmaba sino con soul y R&B, pero tampoco tenía intenciones de encasillarse en los gustos del gueto. Era 1965 y sobrevivía. La música estaba aún en el centro de todas las cosas, pero era un ambiente difícil, no era inusual que sus novias —de quienes, con frecuencia, dependía para tener techo o comida— fueran prostitutas. El Village era más diverso y le recomendaron que tocara ahí. Sus fusiones musicales llamaban la atención, pero no como para atraer productores y disqueras. Ocurría lo mismo con sus trucos de escenario, aunque lo más llamativo era que lo hiciera impecablemente, sin perder el ritmo. Y sin esfuerzo.
A uno de esos conciertos del Village fue Linda Keith, a la cuenta novia de Keith Richards de los Rolling Stones. Ella vio lo que nadie había visto aún y se empeñó en conseguir un productor que lo grabara. Lo invitó a su casa después de una presentación. Pusieron discos de blues (de la colección de 45 revoluciones de Richards), ella les daba vuelta o cambiaba los discos, Jimi, desde el sofá, acompañaba en guitarra lo que oían. En algún momento de la noche ella le preguntó si había probado ácido y que si le gustaría hacerlo. Él, ingenuamente, le contestó que no, que no había pensado hacerlo, pero que sí le gustaría probar LSD, sin saber que eran lo mismo. Linda Keith le preguntó si le gustaba Bob Dylan, Hendrix dijo que sí. Después ella puso en el plato el disco que acababa de lanzar Dylan, Blonde on Blonde. Fue el momento clave de la noche.
Los celos de un inseguro Keith Richards pueden haber estado detrás de los tropiezos que afrontó Linda. Ella sale de la película en este punto, pero antes se puso en contacto con Chandler, que vio lo que tenía que hacer y lo hizo rápido: a finales de septiembre de 1966 puso a Hendrix y su guitarra en un vuelo a Londres.
III