La mujer más hermosa de Europa

La mujer, olvidando a su caballo, suelta su traje y se sumerge en el agua. La música desnuda también al espectador, quien, hambriento, devora ansioso cada milímetro de esa Eva Hermann que libera su aroma poco a poco, como negándose sin hacerlo.
El caballo echa a correr y su dueña nada desesperadamente hasta la orilla para detenerlo. Su cuerpo despeja la incógnita y se muestra como lo que es: la octava maravilla del mundo.
El ronroneo del proyector de cine reemplaza el taca-taca de los cascos de la bestia que atraviesa el campo hasta llegar junto a una hembra encarcelada tras una cerca ―hay un diluvio de metáforas en la secuencia―. Los gritos de Eva azuzan de nuevo al semental y la carrera reinicia; ella lo persigue inútilmente mientras aquel se interna en una zona donde Adam, un joven ingeniero, trabaja con su cuadrilla en la construcción de cierto camino. Él emprende también la persecución de la criatura desbocada y consigue calmarla.