
La mañana luce espléndida. Un cielo despejado salpicado de nubes espumosas me acompaña durante el trayecto hacia mi destino: Gualaceo, uno de los cantones más pintorescos del Azuay, también conocido como el Jardín Azuayo. La carretera sinuosa que bordea el río, flanqueada por cerros altos y verdes, me anticipa el panorama que tendré a lo largo de los cuarenta minutos que dura el viaje.
En una de las curvas más pronunciadas, una casa grande de adobe con pasamanos de madera tallada exhibe macanas en sus ventanas. Me detengo para curiosear y ver si tienen la macana favorita de las cholas cuencanas, que también es la mía, una fucsia con negro con flecos largos y delgados. Entre una diversidad de colores y diseños, diviso la última que queda. Me la llevo puesta.
—Tuvo suerte —me dice la vendedora—, estas se venden como pan caliente.