
Ahora Gerardo es todo un abuelo: Lily, de su primera hija, Nadia, la exreina de California. A sus 55 años, sigue siendo ese ser cercano, explosivo, de buen humor. Y esos tatuajes, que pintan sus brazos atléticos.
El ser un pionero, clásico y estrella del rap latino —el papi de las nenas, pero solo de las buenas—, su olfato y gravitante influencia en la industria de la música latina y predicar la fe de su iglesia con su verso y el canto de alabanza, se imponen en la charla.
De esos veranos de sexo, drogas, playas y rap and roll, él habla de gozaderas de una juventud acelerada. “Su talento, su pinta y picardía guayaca y la innovación en su música, le promovieron a epicentro del star system; de referentes como Madonna”, apunta Giovanni Rosero, experto DJ. “Una máquina que sigue funcionando”.