Es posible que la buena salud de la que goza hoy la literatura femenina se deba, en buena parte, a la senda señalada por Aurore Dupin, más conocida como George Sand.
George Sand (1804-1876), como el personaje exagerado que era, solía evitar las zonas grises y las tibiezas. No era mayormente aficionada a las medias tintas, a los paños fríos. No le bastaba con reformar el mundo, quería subvertirlo, darle la vuelta y reinventarlo. Se supone que era practicante de grandes y a veces desmedidas emociones y pasiones, con igual desmesura en el arte, en la literatura, en la amistad y en la generosidad.
