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Edición 458 - julio 2020.
Cientos de miles de personas reaccionaron en los Estados Unidos por un asesinato…

El martes 9 de junio, cuando George Floyd fue sepultado en Houston, donde había nacido 46 años antes, el desconcierto y el desasosiego eran palpables en los Estados Unidos. Sí, quince días de las protestas más persistentes y masivas desde el asesinato de Martin Luther King, en abril de 1968, no habían logrado disipar el sentimiento de remordimiento social y culpabilidad colectiva que ese crimen había suscitado: ¿todavía somos racistas? El multitudinario mea culpa (en el que no faltaron excepciones, incluido el presidente Donald Trump) se había concretado ya en anuncios de reformas inmediatas y drásticas de los cuerpos policiales y en asignaciones federales y estatales caudalosas para acortar la brecha, que todavía persiste, entre los niveles de vida de blancos y negros.