
Si pudiera escoger su último día, Mónica Mayorga elegiría una comelona de hornado con jugo de guanábana, su comida favorita. Quisiera pasarlo con gente que la quiere y con Pelusa, su perra blanca con la que posa para su perfil de WhatsApp. La mascota es más que eso, es su hija, confidente y enfermera. De fondo sonaría “Sweet Sixteen” de Billy Idol, “You Got It” de Roy Orbison y “La canción de Harlem” de Fady Elkoury: “regresa a mi vida/ y te haré feliz/ te daré todo mi amor/ sin ti estoy tan solo/ vivo tan infeliz / solo con tanto dolor”.
Mónica Mayorga vive en Ibarra, tiene 51 años y padece metástasis ósea y aneurisma cerebral. Todo eso empezó el año 2015 cuando tuvo cáncer de seno. Ha tenido que lidiar con la distancia, la falta de dinero, de medicamentos, de citas y de especialistas. Las quimioterapias se las hacía en el Eugenio Espejo, en Quito. Tenía que venir sola desde Ibarra y volver con todos los efectos secundarios encima. Esperaba tres meses para una consulta médica.
Ahora se atiende en el hospital público de Ibarra, el San Vicente de Paúl, donde hay apenas un oncólogo. Toma morfina cada dos días porque los dolores son insoportables, pero la morfina también le da mucha náusea y vómito. Adicionalmente, le prescribieron cincuenta gotas diarias de Tramadol, un potente analgésico que le produce somnolencia todo el tiempo. La morfina y el tramadol le quitan la claridad sobre sí misma y su entorno. Ella lo describe como “estar en el limbo”.