
El sitio de la ciudad había durado ya seis semanas y, a pesar de que la victoria parecía posible y cercana, las tropas estaban agotadas, su moral decaía y su disposición al combate flaqueaba. El sultán otomano, Mehmed II, que las dirigía, iba de un batallón al otro, incansable, alentando a sus soldados a persistir, porque el objetivo era grande y el triunfo era inminente. Sus palabras fueron poderosas:
“Estas tribulaciones son por amor a Dios. La espada de islam está en nuestras manos. Si no hubiéramos elegido soportar estas dificultades no seríamos dignos de ser llamados guerreros y nos avergonzaríamos cuando estemos en presencia de Dios el Día de la Resurrección”.
Incluso citaba un ‘hadiz’, un relato sobre los dichos y los hechos del Profeta escrito por sus compañeros en los años de su prédica en La Meca: