Por Anamaría Correa Crespo
A ver, retrocedan. Vuelvan al martes 31 de diciembre de 2019. Todos ustedes elegantes, afanosos, preparando su cena de fin de año, emperifollándose para la gala del año, enfriando los champanes, alistando las maletas para correr alrededor de la manzana, las doce uvas, hasta las prendas interiores de color amarillo para tener suerte en el nuevo año. Ustedes en sus escenas playeras, reunidos en familia y con sus amigos, planificando el reventón de fin de año. ¡Ay, ustedes, qué ilusos! ¡Dándose abrazos con algarabía y pensando que en 2020 se cumplirían sus sueños! ¡Ay, ustedes inocentotes, anestesiados en la embriaguez y en la anticipación de supuestos nuevos comienzos, sin saber lo que se venía! ¡Ay, la ignorancia, qué hermosa es! No sabían ustedes que la ropa interior amarillo patito no les traería suerte alguna y que las maletas no les servirían más que para viajes pospuestos indefinidamente… ¡Ay, si nos hubiéramos podido quedar congelados en ese momento, con el tiempo detenido sin llegar a marzo y en el frenesí que traen las ocasiones especiales! ¡Marzo! ¡Nadie diga marzo! Pronunciar marzo 2020 está proscrito para siempre. ¿Ahí empezó o empezó antes? No, espera, en Europa ya encontraron rastros que parecen ser de noviembre y diciembre. Martes 31 de diciembre de 2019, la suerte está echada, la ley de causa y efecto en movimiento, el destino sellado, nada que podamos hacer para evitarlo, el virus empezó su movimiento imparable y nosotros embobados en festejos. Marzo 2020 (aunque ya dije que estaba proscrito), convengamos en que ahí empezó oficialmente el verdadero desastre, cuando empezamos a vivir una especie de tercera guerra mundial sin armas nucleares, pero con un enemigo invisible igual de letal y que nos llevaría a morir en infame soledad.
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Ya 2019 venía agitadito. El remezón de octubre nos dejó atontados o con escamorfosis. Con una recién inaugurada sensación de perplejidad y extrañeza aguda. Pero los seres humanos somos de memoria corta y olvidamos rápidamente lo sucedido y volvimos a nuestra vida usual, ansiando un 2020 libre de tropiezos, paros, toques de queda, vías y aeropuertos cerrados. Pero ahí está la vida y sus sorpresas inesperadas, que en este caso serían más bien cachetadas. Ni bien entrado el año, para todos aquellos que habían dado por seguro que su estilo de vida estaría sacramentado en piedra y que nada alteraría su paz, el bombazo de consecuencias impredecibles.
