Hay que ser bastante crédulo e ingenuo para suponer que vivimos la época de la información pues, aunque esto fuera cierto, la validez de los contenidos es tan dudosa, repetida y efímera que se puede prescindir de estos.

Al contrario, nuestra cultura está fuertemente matizada por un subproducto o remanente del proceso de divulgación que S. Lash denominó “la sociedad desinformada de la información” (Crítica de la información, pág. 239).
Cuando nacieron los medios técnicos de difusión masiva se aceleró el transporte de signos tanto para informar como para desinformar, y junto con ellos también aparecieron las cabezas visiblemente parlantes y una enorme cantidad de basura. Si a una de esas cabezas le cierran el micrófono y apagan la cámara, el sentido de su existencia mediática se pierde en el silencio y el anonimato. Como los virus y bacterias, las ratas siempre son más peligrosas cuando abandonan la madriguera. La visibilidad aparente y el eco son la esencia de los espejismos, paisajes necesarios para ilusionarnos con engañosas realidades.