Por Ana Cristina Franco Varea

Hallarse en un agujero, en el fondo de un agujero, en la oscuridad casi total y descubrir que solo la escritura te salvará. No tener ningún argumento para el libro, ninguna idea del libro es encontrarse, volver a encontrarse, delante un libro. Una inmensidad vacía. Un libro posible. Delante de nada. Delante de algo así como una escritura viva y desnuda, como terrible, terrible de superar.
Marguerite Duras
Hace tiempo estaba viendo una serie en Netflix (muy mala, por cierto, como casi todo el contenido de Netflix salvo honrosas excepciones) en la que una chica que se llamaba a sí misma “escritora” salía todas las mañanas de su loft aniñado en Madrid (o Barcelona, no sé, no importa) en el que vivía con su guapo esposo, un fotógrafo cool. La chica llegaba hasta una cafetería hipster de la zona, conectaba su MacBook Pro, pedía un café, y se quedaba muda, como burro frente al piano, sobre la famosa y trillada “página en blanco”. ¿De qué escribo?, preguntaba a sus amigas, estoy “bloqueada”, “no sé de qué escribir”. Una escritora que no escribe. Una escritora que “no sabe de qué escribir”.