
Seres humanos lanzados como piedras al abismo, con trayectorias marcadas que no se pueden detener ni desviar. Inconscientes de la caída, no sabemos en qué momento queda establecido nuestro destino. Un hecho, a lo mejor insignificante, puede determinar fatalmente nuestra existencia.
Algo tan anodino como una relación entablada con un hombre maduro y misterioso, que le advierte que no vaya a confundir el billar con la amistad, arrastrará al joven Antonio Yammara hacia situaciones jamás previstas en la vida regular de un profesor de derecho.
Empieza la novela con la fuerte imagen del cadáver de uno de los hipopótamos del arruinado zoológico de Pablo Escobar que deambula por la zona del río Magdalena. La visión del animal devuelve al protagonista a la memoria de los sucesos que conforman la trama pero, más que eso, coloca a la narración en un contexto histórico y social. El hipopótamo, el Behemot de la Biblia, surge inopinado y peligroso, relacionado con ese gran monstruo que cambió radicalmente la vida de Colombia, el narcotráfico, con el que era, y aún lo es en cierta medida, fácil enredarse.