
Por Milagros Aguirre A.
Uno de los panaderos de mi barrio es un héroe. El sábado en la madrugada, cuando el pan sale del horno y su olor despierta los sentidos, él reparte el pan del día anterior, y también leche, a un grupo de personas hambrientas, todas de la tercera edad. El gesto solidario del panadero fue de boca en boca y, como el hambre se ha multiplicado, hoy son casi sesenta personas de la tercera edad las que hacen fila desde la noche anterior en la vereda, pasando tremendo frío, para recibir el pan. Una vecina, dueña de un pequeño bar restaurante, posteó en Facebook un par de fotos de los abuelos y abuelas que, cubiertos con cartones y abrigados por sus perros, esperan que amanezca para recibir el pan del sábado, haciendo un llamado a la solidaridad, pidiendo cobijas, ropas, alimentos, para ayudarlos.
Un grupo de vecinos, queriendo dar una mano en estos tiempos pandémicos, nos juntamos un domingo para apoyar con alimentos, y no solo con pan, a tanto viejito hambriento: hoy por ti, mañana por mí. El entusiasmo era visible: ¡organicémonos!, ¡entreguemos comida caliente!, ¿o mejor víveres? Enseguida empezamos a sumar voluntades y a conseguir ayudas.