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El olvido que seremos

por Anamaría Correa Crespo

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Epitafio

Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres, y que no veremos.
Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y el término. La caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los triunfos de la muerte, y las endechas.
No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre.
Pienso con esperanza en aquel hombre
que no sabrá que fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo,
esta meditación es un consuelo.
Jorge Luis Borges[1]*

El libro El olvido que seremos llegó a mis manos hace varios años. Mi hermano Gonzalo, quien se tragaba libros, nos lo recomendó a todos en mi familia. Andaba fascinado con Héctor Abad Faciolince, quizá por el retrato del padre en el libro —amoroso y sobrio—, que en algo le recordaba a nuestro padre y también porque seguro cayó envuelto en la prosa de Abad Faciolince y en el relato de esa historia familiar e histórica de Medellín, con esa mezcla de narración cotidiana y reflexión profunda.

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