Quizás usted no sepa qué cosa es un CyberCuy o un Condor Android, tal vez nunca haya usado un traje Runa Tech o se haya sentado a trabajar en una Quichua Gamer. Son muchas las cosas que no sabemos y que no hemos probado, pero Inti Condo, el creador de estos inventos, descubre algo nuevo todos los días.
El inventor vive en las alturas de la cooperativa de vivienda Asedim, detrás del parque Itchimbía, en el centro de Quito. Lleva casi siempre la misma ropa: poncho rojo, pantalón y camisa blancos, y sandalias de cuero, el atuendo tradicional de la cultura Puruhá. El pelo lacio y oscuro le cae por la espalda. Como un saludo a los lectores, el inventor hace el ritual con el que empieza todas las entrevistas, una presentación en kichwa: “Imanalla tucuita ñuca shutimi can Inti Condo ñuca mushuc Tecnología Rurani/ Saludos a todos. Mi nombre es Inti Condo y soy desarrollador de tecnología”.
Además de su lengua materna —kichwa— y español, Inti se ha preocupado por aprender los idiomas de la tecnología: sabe inglés y entiende algo de japonés. Por eso sus inventos llevan nombres como CyberCuy, Condor Android, Quichua Gamer, Runa Tech. No es cuestión de folclore, dice, sino de insertar a través del lenguaje la cultura andina en el mundo tecnológico.
Inti nació hace 30 años en Cacha, provincia de Chimborazo, una parroquia poblada por cerca de 4 000 habitantes que trabajan la tierra, hacen artesanía y se dedican al comercio. Desde niño, Inti caminaba mirando para abajo: pero no por timidez ni vergüenza; reciclaba basura buscando piezas, artefactos, materiales. A los diez u once años encontró la estructura de un carro de juguete y una grabadora destartalada. Le sacó el motor a la grabadora y lo instaló en el carro para darle movimiento a las ruedas. Su familia lo recuerda siempre desarmando aparatos, una costumbre que mantiene hasta ahora.
Pero la historia de Inti, como la de todos, comienza antes de nacer. Su abuelo materno, Manuel Pilco, fue el primer indígena de Cacha que aprendió a leer y escribir, en los años cincuenta del siglo pasado. Lo hizo a través de las escuelas radiofónicas, y empezó a enseñar a su comunidad y a otros líderes. Dice Inti que comunicarse en dos idiomas y saber escribir le dio una ventaja, “entendió el poder de la educación y mandó a la escuela a sus hijos”, y que por eso hubo mestizos que lo denunciaron ante las autoridades, acusado de “instigar a la rebelión y el desorden público”. Su abuelo estuvo preso en Riobamba, la capital provincial, cerca de un año, y después fue privado de sus animales, que eran su fuente de trabajo.
Sami Pilco, la mamá de Inti, comprendió los esfuerzos de su padre y vio en la educación una forma de ascenso social y humano. Terminó los estudios secundarios, “gracias a trabajos domésticos que le servían para el sustento diario”. Se formó como profesora y comunicadora social mediante un crédito educativo, e hizo un posgrado en Noruega con una beca otorgada por la Universidad de Bergen. La madre, además, se empeñó para que sus hijos —Mariela, Inti y Sami, la menor— sigan el mismo camino. La familia salió de Cacha hacia Riobamba y luego a Quito, cuando Inti cursaba la secundaria. Mariela Condo —la cantante— estudió Música con una beca del programa Berklee College of Music en la Universidad San Francisco de Quito. Actualmente, Sami estudia Medicina e Inti tiene una licenciatura en Interactividad Multimedia también por la Universidad San Francisco, donde estudió con una beca de excelencia académica que forma parte del Programa de Diversidad Étnica y cubrió el costo total de su carrera.
Durante una jornada de expositores internacionales organizada por la universidad, Inti conoció el trabajo de Dragan Ilic, el serbio que enganchado a un brazo robótico pinta obras de arte, como si se tratara de una brocha humana. Se maravilló con la idea, y empezó a idear conceptos, formas, para crear un robot que hiciera lo mismo. “Quería crear algo similar a lo que hizo Dragan Ilic, pero basado en nuestra cultura”, explica Inti. Entonces empezó a construir su primer invento: el CyberCuy.
En 2011, en una de sus clases, Inti escuchó que sus compañeros hablaban del Campus Party, el encuentro que reúne millares de adeptos a la tecnología en América y Europa. Era el primero que se hacía en el Ecuador. Como no podía pagarse la entrada, Inti buscó alternativas. Se enteró de un concurso en Facebook, que consistía en publicar en el muro de una revista tecnológica los motivos por los que merecía estar en el evento; ganaba quien más likes consiguiera. El primer día, Inti no logró más de diez pulgares arriba. Pero se dedicó a analizar los patrones de los post más exitosos, descubrió cómo funcionan las partículas de un comentario en redes sociales, “las palabras que usaban, lo que decían”, y los adaptó a su publicación:
“Pienso que todos tenemos derecho a tener acceso a la tecnología sin restricción... Es un derecho nuestro usar estos avances tecnológicos para mejorar nuestras vidas y compartirla con las personas que más lo necesitan. Las tecnologías abiertas pueden ser parte de un futuro inmediato y todos pueden ser parte de ello, como sucedió con google.com. Yo quiero crear ‘tecnología abierta’ al alcance de todos y es la mejor razón por la que merezco estar en el #cpquito Campus Party de Quito. ‘Like’ a esta historia!”
Al día siguiente, Inti agarró su laptop y fue a la universidad para pedir apoyo —estudiante por estudiante— en la red social. “Marketing personal”, dice. Y recuerda de inmediato: el Campus Party era una locura. Había gente acampando y tanta tecnología… Había robots superiores al mío, pero eran cosas que ya se habían visto: robots que seguían líneas o que llegaban a puntos determinados. Pero ningún robot tenía identidad, no tenían nombres.


