Por Salvador Izquierdo

Imaginad a un grupo de escritores ecuatorianos como si fueran estrellas de reguetón. Estas personas, que generalmente caminan apesadumbradas, sin mayor vitalidad (porque para eso escriben), de repente son un espectáculo de movimiento rítmico y seguridad en sí mismas. Estas personas, que se esfuerzan en ser autocríticas y modestas la mayor parte del tiempo; que se retractan de lo que dicen mientras-están-en-el-proceso-de-decirlo, de repente se ven a kilómetros de distancia de los demás, rapeando cosas como: “soy el mejor”, “solo voy pa’ lante”, “nadie me llega a los talones, ni siquiera Dante”.
También está el tema de la ropa. Acostumbradas, muchas de estas personas, a usar buzos cuello de tortuga, faldas ceñidas hasta la rodilla, botines elegantes, colores oscuros, sobrios… en esta escena se las ve más sueltas, looks deportivos, gafas excéntricas, cadenas de oro colgando de sus cuellos, sombreros, anillos con diamantes. Una de las escritoras usa shorts cacheteros y se sienta en el capó de un Lamborghini mientras cuenta billetes y rapea acerca de lo brillante que fue su último libro. Y la verdad que fue brillante.