Por Salvador Izquierdo.
Ilustración: Diego Corrales.
Edición 463-Diciembre 2020.
Los correístas me querían cuando no eran correístas todavía. Chuta, hasta se querían entre ellos antes de todo esto. Puedo mencionar casos puntuales, pero no sin antes admitir lo oportunista de mi introducción a esta columna. Es patético que aquí en el Ecuador (en ningún otro lado importa mucho) decir “correa”, “correísmo”, “correato” le vuelva picante a cualquier conversación. Es como lo que pasa en las noticias internacionales todos los días: Trump, Trump, Trump. Se cae en eso de dar más poder al poder, como dice Molotov; o, como advierte Spinetta en una de sus canciones, más suave: hay que impedir que juegues para el enemigo.
En realidad iba a hablar de algo más edificante, un festival de cine documental que año tras año trae a las salas (y ahora pantallas) del Ecuador una selección de películas que te suben y te bajan, que te alimentan y te desnutren, que empiezan con búsquedas y terminan con dolor o en todo caso sin respuestas, que es la mejor manera de andar por la vida, pienso yo. Hablo de los Encuentros del Otro Cine (EDOC), que en septiembre festejaron su edición número diecinueve, de manera virtual, obvio.
