
Édgar Freire fue el más aplicado y prolífico librero de la época gloriosa de las librerías quiteñas. Empezó a trabajar jovencito en la prestigiosa librería Cima del señor Carrera y se quedó tres décadas.
Somos amigos desde 1977, cuando llevé una muestra de mi flamante libro sobre Velasco. Le dio una ojeada de pocos segundos, me pidió cien ejemplares y cubrió una vitrina con ellos. Así trabajaba.
En los ochenta, con el título Desde el mostrador del librero, empezó a recoger en libros los artículos en los que fichaba y comentaba mes a mes todas las publicaciones de esos años. Al mismo tiempo fueron apareciendo sus antologías de textos: Quito, testimonios y nostalgias, que tuvieron mucha demanda, por históricos y por amenos.