Casi toda la mañana se jugó al juego de las sillas, algunos estaban destinados a perder.
A la salida le dieron unas funditas de Froot Loops y ella dudó. Le dije que sí, que las coja, que era un premio. ¡Se había portado tan bien! No peleó con nadie, no perdió la sonrisa, no se quejó del sol que caía como dardos sobre las cabezas. Un chico usó una cartera para proteger la cabecita de su niña de la rabia del sol, pero yo no: no tenía ni un periódico, nada. Me sentí estúpida y le fui a comprar una cola helada que se tomó sedienta, aunque tampoco se había quejado.
Casi toda la mañana se jugó al juego de las sillas. Había algunos que estaban destinados a perder, pero lo intentaban con furia. El terror era perder la silla y quedarse de pie, desconsolados, sin premio.
