Al cambiar de emisora, con frecuencia se ignora que cada pieza musical es mucho más que una sucesión armónica de sonidos. Tras el bossa nova hay una chica de Ipanema o, tras el bolero, varias historias de amor. Es que ningún verso aparece por casualidad y siempre va a existir un cuento detrás de cada canción.

La chica de Ipanema
El día era caluroso y una brisa ligera hacía esfuerzos tímidos para anular al sol de media tarde en el Río de Janeiro de 1962. La gente se refugiaba en cafés, mientras músicos anónimos hacían estallar en mil pedazos el silencio con sus acordes. Dos de ellos, Tom Jobim y Vinícius de Moraes fumaban arrimados al alféizar de la ventana del bar Veloso cuando la mujer-milagro pasó.
Ella, que no tenía más de diecisiete años, caminaba hacia el mar como en una danza sobre nubes. Los hombres comprendieron que la muchacha era bossa nova. En la tarde siguiente el milagro se repitió y, así, casi todos los días; la veían con un paquete de cigarrillos en la mano y a veces nadando en el mar.