Barrios de aire afrancesado, un mercado de flores, museos, ruinas incas y aguas termales son algunas de las sorpresas que esconde la capital de la provincia de Azuay.
En la Plaza de las Flores siempre es primavera. No importa el mes del año, si llueve, truena o luce el sol. Crisantemos, rosas, margaritas y gardenias construyen el paisaje de este rincón del centro histórico de Cuenca. Recorrer sus puestos —sin prisa, recreándose en las caprichosas formas— es un deleite para los sentidos. El trajín de los turistas se confunde en un singular vals, con la presencia de músicos, viandantes y vecinos que acuden a por hierbas medicinales. Tan significativas como las flores son las vendedoras, patrimonio humano de la plaza. Sus rostros, cartografiados por el paso del tiempo, y su imborrable sonrisa son el testimonio de la dignidad.
