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Crónica del café

por Ana Cristina Franco Varea

Elegir la hora a la que me tomaré mis dos o tres cafés diarios es importante. Como no se puede tomar café eternamente, debo elegir si el café acompañará una lectura, una jornada de trabajo o una charla con alguien querido. Si pudiera, pasaría tomando café todo el día. Y lo he hecho, pero resulta que esta poderosa droga permitida pierde su efecto y en exceso más bien causa nerviosismo y náusea existencial.

Tomar café es una costumbre romántica pasada de moda. Remite a los intelectuales de cafetín que empinaban sus tazas en largas discusiones inútiles, arrogantes y trasnochadas. Cuando tenía quince años y empecé a leer, lo que quería era tomar mate, como Horacio Oliveira de Rayuela. Cortázar hablaba de un París inventado, de los años sesenta; hablaba del Club de la Serpiente, de gente que escuchaba jazz botada en la alfombra y se perdía en una ciudad ajena, y luego tomaban mate, “cebaban su mate”.

café
Ilustración: Luis Eduardo Toapanta

A los quince años yo quería ser como ellos. Pero no eran los años sesenta sino el año 2002, y yo no vivía en París, sino en un departamento en plena avenida 10 de Agosto, una ferretería interminable. Recuerdo que compré “mate” y, sin tener idea de cómo se preparaba, lo herví en una olla y luego intenté tomarlo sin siquiera cernirlo. Las pequeñas hierbas se me quedaban entre los dientes mientras escuchaba los camiones del gas pitar en la calle. Años después, en Buenos Aires, probé mate de verdad, la bebida solo provocó en mí una taquicardia aguda y una horrible sequedad en la boca.

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Autor

Acerca de Ana Cristina Franco Varea

Nací en 1985. Soy columnista en Mundo Diners. Estudié cine. Escribo guiones. Edito un documental sobre maternidad y desarrollo una película de ficción.
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