
¿Le ha pasado que, mientras rememora ciertos actos de su vida, el momento en que aparecen esos de los que especialmente se avergüenza o se arrepiente, su reflexión es: pero qué carajos estaba pensando?
A mí me pasa mucho, sobre todo cuando pienso en alguna relación romántica que no terminó bien. Esas en que uno no entiende cómo acabó involucrándose. Lo que pasa es que a veces nos dejamos guiar por nuestra primera impresión, o por la “fachada” de la susodicha o susodicho, y descubrimos muy tarde su verdadera personalidad o sus reales intenciones. Nos damos cuenta entonces de que hemos cometido un error y ahí es cuando surge la frase de marras.
Algo parecido me pasó con El código Da Vinci de Dan Brown. Soy reacio a leer best sellers, porque generalmente decepcionan (no siempre, por supuesto). Sin embargo, mucha gente me lo recomendaba, así que caí en la trampa, desoyendo a mi amigo Francisco, una suerte de guía literario, quien me decía que no lo leyera. Curiosamente, es el mismo amigo que me decía que tal o cual relación no era conveniente. En ninguno de los dos casos le hice caso.