Vivía en una de las esquinas de San Francisco, en una casona cuarteada por el último terremoto. En tanto oveja negra, su familia se la había legado para que no jodiera con su vida de calavera.
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Sus ancestros, huyendo de la invasión de pobres en el casco colonial, se habían mudado hacia la zona norte de Quito, y de allí, a los valles, y de allí, al primer mundo, aunque casi todos ya estaban muertos.
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