Dentro del acervo cultural de Cuenca, existen varias calles que datan de la época colonial en las que se desarrollaban oficios específicos.

Estos sectores eran emplazados por el cabildo en las periferias, registrados como barrios de indios, donde se agrupaban a las personas de escasos recursos, creando una división de clases sociales marcada por unas diferencias abismales, como es el caso de la calle Real del Vecino, que tuvo su apogeo con los denominados “cañamazos”, que elaboraban los sombreros de paja toquilla. Trabajaban en condiciones inhumanas y percibían un salario leonino de los dueños de las compañías exportadoras. En 1930 la calle cambió su nombre a Sandes, en honor al general inglés Arthur Sandes, quien participó en la batalla del Portete de Tarqui, enfrentando a las tropas de la Gran Colombia. En 1961 fue bautizada como Rafael María Arízaga, en honor al ilustre abogado y político cuencano que, en 1916, fue candidato a la presidencia del país, perdiendo las elecciones frente a Alfredo Baquerizo Moreno.
Una mañana del lunes la ciudad amaneció abrigada y pletórica de luz. Aproveché para salir y recorrer una de las calles más antiguas de Cuenca que comienza en El Vecino, considerado uno de los primeros barrios, ubicado en la parte norte del Centro Histórico, que figuró como puerta de entrada y salida norte en la época colonial. Antiguamente era costumbre edificar rollos o picotas como distintivos de la jurisdicción de las ciudades, en las entradas de las mismas. El historiador González Suárez dice de los rollos: “Era el suplicio de los criminales. Y, a los cómplices, se les hacía presenciar la ejecución de los reos. Después se les obligaba a pasar por debajo de los cadáveres colgados del Rollo. La pena de azotes se ejecutaba en público. Las mujeres las sufrían en las espaldas desnudas, para lo cual se las paseaba por las calles de la ciudad, cabalgando en un borrico. Precedía el verdugo o pregonero, anunciando a gritos la sentencia al pie del Rollo”.