¿Saben que es el infierno? Probarse un biquini en el vestidor de un centro comercial, con luz fluorescente, en época de covid, mientras tu hijo corretea afuera con su padre entre mucha gente y no sabes si tiene bien puesta la mascarilla. Mirarte en un espejo que te devuelve un cuerpo que no se parece a los maniquíes.
Pocas veces he estado cómoda con mi cuerpo. De niña era demasiado flaca. Mis piernas parecían sorbetes. Tenía vergüenza de usar short. Mientras las demás niñas lucían piernas musculosas y bronceadas, las mías parecían huesos de una blancura absurda. Yo quería ser morena, como Bibi Gaitán, admiraba su piel canela y su cabello negro: me parecía que en cuerpos así la vida era más ligera. Yo estaba encerrada en un cuerpo con alergias, con miopía.
Mis padres me decían que era linda y yo les creía. Pero cuando, en la adolescencia, se me ocurrió mirarme la nariz de perfil con un espejo, casi me da el telele. No era respingada como las de las princesas en las películas. ¿Cómo, teniendo una nariz así, me decían que era linda?
