
En la capital del país norteamericano se ha decidido aprovechar estos espacios para el ocio: parques, gimnasios, restaurantes o centros culturales llenan estos rincones.
El olor es una extraña mezcla entre frituras y el humo que dejan los camiones después de avanzar varios kilómetros en una autopista. Aquí la comida no se refugia del incesante despliegue de esmog propio de las grandes ciudades. En este lugar los alimentos abrazan esa condición urbana.
No hacerlo sería una traición a la naturaleza misma de este espacio: un patio de comidas bajo un puente y en medio de una de las avenidas más transitadas de Ciudad de México. La capital del país norteamericano —por la que pasan a diario unos veintidós millones de personas— empezó a ejecutar en 2014 un programa para recuperar y aprovechar estos rincones. Se distribuyen porcentualmente entre zonas de uso público, locales comerciales y parqueaderos.