
1
El problema con los talleres era su falta de hospitalidad y sindéresis. En el Pez que Fuma, por ejemplo, me lanzaron el ron en la cara acusado de espión del taller de la CCE. En el Klub Klus Klan me expulsaron a coscachos por hacer burbujas con mi saliva y por reírme casi sanamente de un poema sobre la doble vida del ratón Mickey. En el Zur-Hip, por haber leído el poema anónimo “Semana de mierda”, en el que hay florituras en contra de la luchita de clases, me vejaron de palabra y obra, encerrándome una noche entera en un armario con tufo a rata.
Lo peor me ocurrió en el Encuentro Poético Millennial, que reunió ocho andines y seis mones, efectuado a orillas del Tomebamba. Hubiese sido menos patético el evento si el único micrófono no era tan gangoso y con eco, de tal manera que los poemas leídos eran inentendibles. Y, claro, ante ello, mi maldita risa nerviosa que suena a puerta inaceitada provocó la carcajada colectiva hasta volverse algo así como un incendio.