Veo morir una flor, entristezco.
Al mirar como muere la flor, escribo poemas.
Contemplo cuando muere esa flor, soy la flor.

La diferencia entre mirar y contemplar es que en la contemplación soy lo otro, el otro. Es un martes de diciembre. La gente no deambula, corre. Mientras espero a Paolo en el café de siempre, contemplo a una anciana encorvada, cubierta por un abrigo gris y de pelo blanco, tomar con sus manos arrugadas la taza de café y llevárselo con lentitud a la boca. A ella nada le apura, o eso parece.
—Qué envidia —me digo a mí misma.