
Al mismo tiempo que este año 2022 se inauguraba, el fugaz renacer de la pospandemia llegaba a su fin. Corta vida resultó tener el amanecer posapocalíptico que terminó con una bofetada de proporciones: una nueva variante que resultó, nada menos, que el virus más contagioso que la humanidad jamás hubiera visto. En pocos días estábamos experimentando otro déjà vu de pesadilla: cientos de eventos familiares cancelados por contagios, caos en los aeropuertos, viajes que quedaron en el limbo…
Al mismo tiempo, la gente con su pertinaz esperanza de nuevos comienzos, a pesar del horizonte pandémico sin final cierto a la vista, alistó sus tradiciones de nuevo año con igual ilusión. ¡Había que renovar cierta fe en la humanidad, solo por esto!
Cientos de monigotes de todos los modelos y tamaños (políticos, superhéroes, monigotes de bolsillo, entre otros) agolparon las calles, a pesar de la prohibición de quemar años viejos en la vía pública. Asimismo, la gente preparaba su ropa interior de colores, sus maletas para correr y asegurar un año de viajes —a pesar de las imágenes de los miles de vuelos cancelados— sus ritos y cábalas para practicarlas aunque sea en las 4 paredes de su cuarentena omicrón.