El narrador de este texto tuvo su primer hijo cuando ya había pasado de los cuarenta años. Y ahora, que él es el padre, descubre que la vida y el mundo seguirán después de él.

Los últimos dos días los he pasado, doce horas cada día, montando en bici alrededor del Cotopaxi y, mientras más me dolían las piernas, la nalga y los brazos, más pensaba en mi hijo de cinco años. Siento que los hijos son de esas “cosas” extremas con las que estás todo el tiempo y que de tanto pensarlas, paradójicamente en su proximidad, no las ves ni comprendes bien.
Y no comprendo bien el vínculo del sentir y del pensar que despiertan los niños fuera de la cultura: es decir, en la cultura lo comprendo bastante bien en su perversión, pero fuera de ella, todavía me es misterioso. La pregunta no es qué implica ser buen o mal papá, sino qué puede hacer o agenciar un papá y por qué.