Adoptar es echar abajo mitos como “no es tuyo” o “no lleva tu sangre”. Es cruzar los dedos y rogar que el sistema no se entrampe. Es educar a tu familia para que tu hijo sea su nieto, su sobrino o su hermano. Así, de lleno, sin peros. Es dejarte elegir, mientras compras un pijama de la Capitana Marvel o un balón de fútbol.

Cuando te embarazas, el pelo, los ojos, el lunar de la pierna, la comisura de los labios de tu hijo o hija son el resultado de la ruleta de la genética. Cuando adoptas es igual, lo debes dejar al azar. No es como ir a un supermercado de bebés. Pares con el corazón un amor que no da de lactar, pero que protege a tu hijo y te permite llevarlo de la mano por la vida. Así comprende Daniela Chacón su maternidad.
Después de largos procesos fallidos de fertilidad asistida y bordeando los cuarenta años optó por ser madre adoptiva. Y es que, para ella, ese camino nunca fue un premio de consuelo. Era una alternativa tan real como un vientre abultándose durante nueve meses.