Para Óscar Vela la escritura no solo es un refugio, es también un faro con el que ilumina historias opacadas por el paso del tiempo, relatos con los que juega al escapista.

En los diez libros que ha publicado desde 2002 hay una constante, la exploración del lado más oscuro de la condición humana. Él asegura que ese rasgo particular de su literatura es una herencia que le viene de leer a Sabato, Borges, Banville, Kawabata, Mishima, Murakami, pero sobre todo a Lawrence Durrell.
A diferencia de Juan Benigno Vela, su tatarabuelo, el espíritu combatiente de Óscar Vela (Quito, 1968) no está en la política sino en la escritura, en las reflexiones que cuenta en sus columnas y en las historias que ha rescatado del olvido, como la de Manuel Muñoz Borrero, el cónsul ecuatoriano que salvó a mil personas del Holocausto, o la de Nelson Serrano, un ecuatoriano condenado a pena de muerte en Estados Unidos.