Hace seis décadas se publicó la novela El planeta de los simios, del francés Pierre Boulle, que inspiró la primera película homónima de la saga de ciencia ficción que se convirtió en un ícono pop. Con este filme se inauguró una tendencia contemporánea: la franquicia cinematográfica.

En 1968 los asistentes a los cines de Estados Unidos miraron aterrorizados a un Charlton Heston de rodillas que condenaba a la humanidad por su destino. No necesitó pronunciar que la guerra nuclear había aniquilado la civilización. Estaba implícito: “¡Finalmente lo hicieron! ¡Maniáticos! ¡Lo aniquilaron todo! ¡Malditos sean!”, gritó ante Nova, la mujer sin habla que lo acompaña durante la película El planeta de los simios.
Dirigido por Franklin J. Schaffner, este es uno de los finales más estremecedores —hasta traumáticos— en la historia del cine: el coronel George Taylor miraba la estatua de la Libertad en ruinas. Como un Cristóbal Colón del futuro, Taylor desconocía dónde estaba. Siempre creyó que se encontraba en otro lugar, en un planeta distinto. Se sorprendió de lo que había visto: una ciudad de simios en la que los humanos, en cambio, estaban reducidos a la condición de bestias.