
Viajar es una profanación constante. Hacemos fotos y profanamos los lugares, turisteamos y profanamos el peregrinaje. No lo decimos nosotros, lo cuenta Ana Cristina Franco, luego de su paso por Taipéi.
Mientras intento ver por la ventana del avión, pienso que cada persona, antes de morir, traza un mapa invisible con sus pasos. Recuerdo un pasaje de La historia interminable, libro que leemos cada noche a mi hijo. Fantasía es un lugar en el que la geografía depende del estado de ánimo de las personas. Si estás triste, llegas a desiertos sombríos; si estás feliz, llegas a selvas soleadas. ¿Por qué llegamos a los lugares que llegamos? Estoy viajando a Taiwán, por trabajo. Nunca he volado tan lejos. Me alucina ver el mapa en 3D y sentir que el planeta es enorme, y a la vez, pequeño, posible, recorrible.
Siempre intento encontrar un sentido profundo a mis viajes, por mínimos que sean. Trato de encontrar algún rostro, algún paisaje o, mejor aún, alguna experiencia, que haga clic con mi historia personal. Me es difícil esta vez. El tiempo me come, empezando porque viajo literalmente al futuro. De la conferencia al hotel, del hotel a la conferencia, con celular en mano para hacerle fotos a todo. Esa manía.