Irán busca aliados en el mundo sin aflojar la represión interna

El juicio, efectuado en un tribunal revolucionario de jueces barbudos y túnicas negras, fue rápido y terminó con una sentencia inapelable. Los cargos habían sido detallados con minuciosidad por unos fiscales sombríos y severos, que demostraron todos los actos de “ayuda a mujeres impías” perpetrados por la acusada. Y, así, en marzo de 2018, Nasrín Sotoudeh, una abogada especializada en derechos humanos, fue condenada a 38 años de cárcel y 148 latigazos bajo el delito de “promover la corrupción y la prostitución”. La pena debía cumplirse de inmediato.
Casi nadie se atrevió a protestar: en el Irán de los clérigos chiitas toda alteración del orden es castigada con rudeza y dureza. Quien sí protestó fue el marido de Nasrín, Reza Khandán, un diseñador gráfico que en sus redes sociales denunció que lo único que había hecho su mujer había sido defender, en ejercicio de su profesión, a mujeres acusadas de atentar contra la moral pública por llevar mal puesto el velo, reírse sin pudor o violar las normas de comportamiento incluidas en el código islámico. Y, en el colmo de su audacia, Reza salió a la calle llevando en la solapa un pin con la palabra “libertad”.