Hace mucho frío en Quito últimamente. Las puntas de los dedos y la nariz lo conservan bien. El café mañanero no permanece caliente más de unos minutos. La montaña, cuando se la ve, está cubierta de nieve. Cuando no se la ve es porque hay una capa blanca, espesa, que llega hasta el borde de la ventana. Esta capa no es rígida, es lo contrario de rígida, pero tampoco se mueve ni se va en todo el día.

La ropa en el tendedero no se seca. La toalla de manos en el baño está por siempre húmeda. Usamos mitones. Y ya no guardamos la mantequilla en la refri porque afuera, sobre el mesón, se conserva igual de bien.
Mi esposa es guayaquileña, así que mañana y noche tenemos esta misma discusión. Dicen que uno habla del clima solo cuando no hay nada más de qué hablar, por ser amables, pero para nosotros es un asunto vital, parte fundamental de nuestra unión. Admiro tanto a mi esposa. Es hermosa y demuestra tenacidad en todo lo que hace.